7/1/11

Entrar en el paisaje

El movimiento esboza pensamientos de forma orgánica y materializa conceptos. La relación espacio y tiempo se encarna en el cuerpo a través de la danza. La física y lo físico se abrazan en la práctica. Leyes de la gravedad que se demuestran sin explicaciones, por el solo hecho de mantener el equilibrio, o no. Desplazarse en el espacio genera direcciones, miradas y puntos de vista que se cuestionan bajo distintas perspectivas. El movimiento despierta conceptos que abarcan tanto coreografías como una reflexión plural.

A veces quisiera librarme del prisma a través del que percibo la realidad que me rodea: espectáculos cotidianos que aparecen por las calles, danzas urbanas de la ciudad con sus cuerpos en marcha, ritmos, rupturas, aceleraciones y pausas, encuentros y separaciones. En el mar los bancos de peces se hacen cuerpos de ballet. Béjart refiriéndose a Jean Vilar decía: “cuando veíamos un gato por la calle, le hacíamos una puesta en escena”. Hoy la voz del abuelo sigue resonando y los gatos que cruzan mi camino no dejan de bailar.

La naturaleza sin hacer audiciones abunda en estrellas; una corteza de árbol flotando en el agua, una pluma con la que juega el viento, una hoja que cae al suelo. Un bailarín, creo yo, aspira a tanta fluidez, dominio en el no dominar. Ser objeto del viento en apariencias, nada más. Cuando el cuerpo se ayuda de la técnica para alcanzar su naturalidad, hacerse hermano de las hojas que caen y vuelan, de los objetos que ruedan, ahí entonces entra en el paisaje, sin mutilar su impulso. Qué difícil es esa simplicidad, ese natural. Pero ¿tendré derecho a hablar de técnica cuando las hojas a punto de caerse de los árboles me siguen pareciendo tan lejanas?

5/1/11

Soñador terrestre



Esta mañana mi osteópata me hizo una irónica revelación; los chinos, me confesó, dicen que hay que tener cuidado con sus propios sueños, porque luego se pueden hacer realidad.

Yo he soñado muchos años poder reunir mis distintas voces y caminos, de la música a la danza y de una orilla a otra, con la omnipresencia de las palabras. Hoy tengo una subvención del gobierno de la ciudad en la que he nacido para realizar un espectáculo que se sitúa a la bisagra de esas distintas expresiones. Ese espectáculo es el reflejo de vivencias que al fin y al cabo son las de cualquier individuo: el hecho de andar, bien sea de una orilla a otra o sobre un mismo suelo. Basta con observar los dedos de los pies de un bebé cuando está despierto; no dejan de moverse, como si tuvieran la urgencia de explorar el mundo, ya en camino antes de saber andar. El movimiento acompaña al ser humano como una respiración, lo empuja desde el momento en que sus pulmones entran en contacto con el aire y mi próxima creación se propone hacerse testigo de ello. Al igual que necesitamos aire para respirar y vivir, también nos hace falta un suelo por recorrer y cuestionar, hasta en la quietud.
A la hora de cumplirse, el sueño dialoga con la realidad, se colma la trinchera, pasamos del otro lado del espejo, y nos vemos en la misma posición de soñador, pero esa vez con una perspectiva enfocada hacia lo que llamamos lo real. Hoy me encuentro con la realización de una creación que al pisar tierra trae muchas preocupaciones, incertidumbres, factores pragmáticos que se imponen y tienen que tomarse en cuenta. Los imperativos surgen de los límites espaciales y temporales, económicos; se traducen en el miedo, en la urgencia de hacer, no poder hacer y dejar hacer. La urgencia, invisible en los conceptos, es a la vez el motor que empuja a la acción, que moviliza el cuerpo a pesar del cansancio, o lo bloquea por el miedo a no llegar a tiempo. Las prisas no existen cuando soñamos, o solamente a modo de vía de escape, de fugada hacia adelante. El imperativo tiempo es terrenal, nos remite a lo efímero, a nuestra fragilidad, y es lo que hace el sueño hermoso por ser vivido e incierto mientras existe. Nos devuelve a la condición humana de artesano, a la dimensión de las manos. Y si concebir un sueño nos acerca al mundo de los dioses, asumirlo refleja nuestros límites en una constante búsqueda de equilibrio. Nos convertimos en bailarín funámbulo, conscientes de la caída y del vacío que nos da perspectiva para danzar sobre el hilo.
Camino… Me asombra cómo en castellano esa palabra remite tanto al sujeto que avanza como al trazo recorrido, el camino. Así, el camino se hace al andar y los sueños están ahí dónde miramos, no tan arriba como creemos. Quizás nuestros pies ya los están palpando.